martes, 9 de noviembre de 2010

LO ESCRITO EN LA PIEDRA PERDURA PARA SIEMPRE




"El animal humano aprende todas las cosas como primero ha aprendido la lengua materna, como ha aprendido a aventurarse en la selva de las cosas y de los signos que lo rodean, a fin de tomar su lugar entre los otros humanos: observando y comparando una cosa con otra, un signo con un hecho, un signo con otro signo". (J. Ranciere)
**********************************************************
No les enseña a sus alumnos su saber, les pide que se aventuren en la selva de las cosas y de los signos, que digan lo que han visto y lo que piensan de lo que han visto, que lo verifiquen y lo hagan verificar. Lo que él ignora es la des­igualdad de las inteligencias.

**********************************************************************************


"En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso"
(Dubord, G., La Societé du Spctacle, Paris, Gallimard, 1992, p. 6; citado por Ranciére, J., El espectador emancipado, Buenos Aires, Manantial, 2010, 48).

**********************************************************************************
Citas de El Profesor, de F. McCourt, Barcelona, Círculo de Lectores, 2006.

Había asignaturas que trataban de cómo enseñar, impartidas por catedráticos que no sabían enseñar. (19)

Sonreía, y se notaba lo satisfecho que estaba de sus ideas. Nosotros le devolvíamos la sonrisa porque los catedráticos ostentan el poder. (28)

Con todo, me pregunté por qué las personas como esos miembros del tribunal examinador son tan maleducadas que te hacen sentir indigno. (34)

Al principio de cada curso decía a los nuevos alumnos de Creación Literaria: –Estamos metidos en esto juntos. Vosotros, no sé, pero yo esta asignatura me la tomo en serio, y estoy seguro de una cosa: al final del curso habrá en esta aula una persona que habrá aprendido algo, y esa persona, amiguitos, seré yo. Me parecía ingeniosa esa manera de presentarme como el más interesado de todos, elevándome por encima de las masas, de los perezosos, de los oportunistas, de los indiferentes. (119)

Los adolescentes no siempre están deseosos de que los hagan navegar por mares de especulación e incertidumbre. Les produce satisfacción saber que Tirana es la capital de Albania. No les gusta cuando el señor McCourt pregunta por qué trató mal Hamlet a su madre o por qué no mató al rey cuando tuvo ocasión. Está muy bien pasarse el resto de la hora dando vueltas y vueltas a esta cuestión, pero a uno le gustaría conocer la respuesta antes de que suene el condenado timbre. Con McCourt no, tío. Él hace preguntas, presenta sugerencias, genera confusión, y sabes que está a punto de sonar el timbre y tienes esa sensación visceral, venga, venga, ¿cuál es la respuesta?, y él no hace más que decir ¿qué creéis?, ¿qué creéis?, y suena el timbre y te ves fuera, en el pasillo, sin saber nada, y miras a otros chicos de la clase y se están llevando el dedo a la cabeza y preguntándose de dónde ha salido este tipo. Ves a los chicos de la clase de Marcantonio, que se deslizan pasillo abajo con esa 'expresión de paz que quiere decir: «Encontramos la respuesta. Encontramos la solución». Llegas a desear que McCourt tenga una vez, aunque sólo sea una vez, la respuesta a algo, pero no, te devuelve siempre la pelota. Puede que en Irlanda lo hagan así, pero alguien debería decirle que estamos en Estados Unidos y que aquí nos gusta tener respuestas. O puede que él mismo no sepa las respuestas y por eso devuelve siempre la pelota a la clase. Yo quería enseñar con la pasión de Fisher y la maestría de Marcantonio. Era halagador saber que centenares de alumnos querían estar en mis clases, pero dudaba de sus motivaciones. No quería que me menospreciaran. «Ah, la clase de McCourt no es más que una tontería. No hacemos más que hablar. Darle al bla, bla, bla. Si no sacas sobresaliente en su asignatura, tío, es que eres tonto perdido.» (119-120)

Debo felicitarme a mí mismo, dicho sea de paso, por no haber perdido la capacidad de hacer examen de conciencia, por no haber perdido el don de encontrarme a mí mismo falto y defectuoso. (126)

Los alumnos más serios no se quedan satisfechos. Alegan que en otras clases el profesor les dice qué deben saber. El profesor lo enseña, y tú tienes que aprenderlo. Luego, el profesor te pone un examen y tú recibes la nota que te mereces. Los alumnos más serios dicen que resulta tranquilizador saber por adelantado qué debes saber, para poder ponerte a aprenderlo. Dicen que en esta clase nunca sabes qué debes saber, así que ¿cómo vas a poder estudiarlo, y cómo vas a poder evaluarte a ti mismo? En esta clase nunca sabes lo que va a pasar de un día para otro. La gran pregunta al final del curso es: ¿cómo decide la nota el profesor? —Os diré cómo decido la nota. En primer lugar, ¿qué tal ha sido tu asistencia? En segundo lugar, ¿has participado? ¿Has salido a leer los viernes? Cualquier cosa. Relatos, redacciones, poesía, teatro. En tercer lugar, ¿has comentado los trabajos de tus compañeros? En cuarto lugar, y esto depende de vosotros, ¿puedes reflexionar sobre esta experiencia y preguntarte a ti mismo qué has aprendido? En quinto lugar, ¿te has quedado ahí sentado, soñando? Si ha sido así, súbete la nota. (150)

Descubre qué es lo que te gusta, y céntrate en ello. (153)

Era la hora de jubilarme, de vivir con la pensión de profesor, que era menos que espléndida. Me pondré al día con los libros que no pude leer en los últimos treinta años. (153)

*********************************************************************************************

Maite Larrauri El deseo según Gilles Deleuze Editorial Tandem

La idea de que la filosofía es para los entendidos en filosofía es semejante a la de creer que los pintores sólo pintan para ser admirados por otros pintores o los músicos sólo componen para ser celebrados por otros músicos. Sin ser conocedores, expertos, se puede acceder a la emoción de un cuadro, de una melodía. Y lo mismo puede decirse de los textos filosóficos, a condición, claro está, de considerar que la filosofía tiene mucho en común con el arte. La filosofía no es contemplación, tampoco es comunicación, es una creación, de la misma manera que el arte lo es. Lo que el arte crea son nuevas relaciones con el mundo. (2)

Hay que acercarse a la filosofía como nos acercamos al arte. ¿Qué buscamos cuando vamos a una exposición o a un concierto? Esperamos que su-ceda un encuentro, que lo que vemos u oímos nos presente un mundo que deseamos capturar y hacerlo nuestro. Anhelamos poder decir ante un cuadro o un ritmo hasta entonces desconocidos: “¡esto es para mí, es mío!”. Y la vida se amplía y se hace más hermosa, porque gracias al arte resistimos frente a las opiniones corrientes, escapamos a la vulgaridad y al aburrimiento. […] La filosofía tiene que ser capaz de contagiar su propio movimiento, hacer que las ideas y las mentes se muevan, como los cuerpos se agitan al ritmo de la música popular que los invade. (3)

Es más fácil de decir que de hacer, porque es fácil decir que hay que vivir encontrando a las personas, las cosas, las ciudades, lo libros que a una le convienen, que los encuentros convenientes harán crecer la potencia de vida y por tanto la alegría. Lo difícil es saber cuáles son esas cosas que me convienen y cómo encontrarlas. ¿Existe un método? (11)

La propuesta de Deleuze para liberar la vida del lenguaje del ser y de los juicios trascendentes se podría expresar en forma de tres acciones: borrarse, experimentar, hacer rizoma. (12)

Lo que nos conviene puede ser reconocido por dos características: crecimiento y alegría. (14)

Cuestión de amor y de odio, no de juicio. En el amor hay composición de un cuerpo con otro, hay devenir. El devenir es algo que sucede entre dos cosas que se encuentran, y eso que sucede no es del orden del reconocimiento ni del juicio, sino de la captura o el robo. A partir de lo que se es, del propio territorio se extraen partículas en contacto con lo que se deviene: el devenir es un proceso de deseo.(14)

Es así como circula la vida, y es así como se mueve el deseo. Siempre mediante empujes exteriores y conexiones productivas. (17)

Como nuevo personaje que es, entra en liza con la idea pre-existente, la que sostiene nuestro lenguaje y nuestra cultura, según la cual el deseo es un movimiento hacia algo que no tenemos: el deseo se manifiesta ante una falta, una carencia, y la satisfacción del deseo reside en la posesión de aquello que nos falta. Por lo tanto pensamos que lo satisfactorio es no desear, que es más feliz quien no desea porque eso significa que no le falta nada. Una concepción del deseo como carencia de algo siempre vincula el deseo al objeto: deseo esto o esto otro, deseo a tal persona, deseo estudiar esa carrera... Y como concebimos al mismo tiempo que existen objetos malos y objetos buenos, juzgaremos que un deseo es bueno o malo según la naturaleza buena o mala de su objeto. Así pues, el objeto es trascendente al deseo, es lo que permite desde fuera del propio deseo juzgar su bondad o su maldad. El concepto de deseo de Deleuze no se define por la carencia, ni por el juicio trascendente. Para empezar, Deleuze dice que el inconsciente es una fábrica y que el deseo es producción. Esta idea podría expresarse diciendo que no es cierto que se desee un objeto, sino que siempre que se desea se desea un conjunto. Hablamos de manera abstracta cuando decimos que deseamos este o aquel objeto, porque nuestro deseo siempre es concreto, siempre es el deseo de un conjunto espacial, geográfico, temporal, territorial, concreto.

Si el deseo es producción, hay que concluir que no es algo espontáneo. (…) el deseo es siempre deseo de un conjunto, entonces es el propio sujeto del deseo el que dispone los elementos, los coloca unos al lado de otros, los concatena (esto es justamente lo que hace la publicidad, construye el deseo, lo propone ya hecho a los espectadores, y estos, cuando lo adoptan, desean esa construcción: sin embargo, acaban igualmente creyendo que poseerán la construcción entera con la mera compra del producto).

Esta es la fórmula de Deleuze: el deseo discurre dentro de una disposición o concatenación.

Lo verdaderamente difícil es desear, porque desear implica la construcción misma del deseo: formular qué disposición se desea, qué mundo se desea, para que sea el mundo que te con-viene, el mundo que aumenta tu potencia, el mundo en el cual tu deseo discurra.

La enseñanza es un lugar privilegiado de contagio del deseo.

**************************************************************************************************